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Bulgaria: Syrian Refugees’ European Limbo

[spanish version below]

Text: Jose Antonio Sanchez – Photos: Xavi Piera

We were better off in Istanbul than we are here. There’s no work there but you are free and you can move around and one way or another make a living. Here you can’t live a decent life in these conditions,” says Yaser Fares Fatah, a 29-year-old  Syrian Kurd recently arrived at the refugee camp near the Bulgarian town of Harmanli, 50 km from the Turkish border and home to more than 1,400 refugees, a quarter of them children and the vast majority Syrian.

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Harmanli is the largest of the four “Temporary Housing Centres” that the Bulgarian government has set up over the past four months to accommodate the flood of thousands of people fleeing the war who are trying to enter the European Union via Bulgaria. It’s an abandoned military base that is practically in ruins. It is surrounded by mud and decrepit, squalid buildings that are partly destroyed. People are housed in tiny rooms that are completely open to the elements, without doors or windows and without basic services such as drinking water, heating and, in some cases, electricity.

Attracted by the promise of a better and more peaceful life in Europe and believing they can acquire the documents that will give them freedom to move to other countries, every day dozens of Afghans, Iraqis and, above all, Syrians illegally cross the frontier. However, they soon realize that a different reality awaits them.

In Istanbul everyone told us that Bulgaria was really good, that it belongs to the European Union and has an open frontier if you want to go to any other country. Why is Bulgaria in the European Union? We’re not dogs!” Yaser complains, lying on his mattress and covered in blankets to protect himself from the cold coming through the enormous hole that was the window.

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There are currently around 11,000 asylum seekers in Bulgaria and many thousands more are expected in the coming months. Compared to the half a million refugees in Turkey and Jordan and the more than 800,000 in Lebanon, the number seems insignificant. However, it is more than enough to expose the ineffectiveness of Bulgaria’s asylum system. Various civic associations and NGOs have described the Bulgarian authorities response as completely inadequate.

According to Stuart Zimble, coordinator of Doctors Without Frontiers in Harmanli, “the situation is critical.” Normally, the international NGO only establishes projects in the so-called Third World. However, having seen what is happening, it has decided to stay. “At present we’re occupying the first floor of one of the ruined buildings. We have a doctor, a nurse and a translator to deal with around 30 people a day. We hope we will soon have more equipment and people because we expect this number to grow,” said Zimble.

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As the European Union’s poorest member and trapped in a political labyrinth from which it has spent the last 10 months trying to escape, Bulgaria is not the solution these displaced people hoped for. Since February 2012 the country has been in a state of political instability. Bulgarians have had three different governments and over the past six months there have been daily protests demanding the resignation of the government made up of the socialist BSP and the DPS, the Turkish ethnic minority party.  Having been historically almost completely alienated from the political process while witnessing both widespread corruption and their own impoverishment, part of Bulgarian society has woken up, organized itself and taken to the streets.

To add to the refugees’ misery, the government is dependent on ATAKA, a xenophobic and ultranationalist party which, taking advantage of the economic crisis and political turmoil, gained 7% of the votes in the elections last June, giving it role in forming the government. Since last September, when the topic of the refugees began to appear in the media, it has repeatedly called for the resignation of the minister of the interior, Svetlin Yovchev, and has launched a campaign of fear and harassment against refugees that resonates in sections of Bulgarian society. There have been episodes of xenophobic violence in Sofia in recent months. Racial conflict continue in the capital and young people from the extreme right have taken to patrolling the streets, wearing armbands with the Bulgarian flag, demanding documents and sowing panic among foreigners.

Meanwhile, in Harmanli people are trapped in a bureaucratic limbo. Under constant police surveillance, without any means of leaving the camp and in a permanent state of uncertainty and misery, the living conditions in Harmanli are in most cases subhuman and sometimes more appropriate to a prison than a refugee camp. There is no time to be lost in dealing with the refugees. Bulgaria and Brussels must pull out all the stops and join forces if they want to avoid a humanitarian crisis in the middle of the European Union.

At the moment, time is not on their side.

Text: Jose Antonio Sanchez – Photos: Xavi Piera

BULGARIA, EL LIMBO EUROPEO DE LOS REFUGIADOS SIRIOS

Texto: Jose Antonio Sanchez – Fotos: Xavi Piera

“En Estambul estábamos mejor que aquí. Allí no hay trabajo pero eres libre, puedes pasear e intentar ganarte el pan de alguna manera. Las de aquí no son condiciones para una vida digna”, relata Yaser Fares Fatah, un kurdo de Siria de 29 años que acaba de llegar al campamento de la localidad búlgara de Harmanli, situado a 50 kilómetros de la frontera con Turquía y que a día de hoy  acoge a más de 1.400 refugiados, más de una cuarta parte de ellos niños y en su gran mayoría de nacionalidad siria.

       El de Harmanli es el mayor y reciente de los cuatro “Centros de Alojamiento Temporal” que el gobierno búlgaro habilitó en los últimos cuatro meses para atajar el flujo de miles de personas que huyeron de la guerra en su país y ahora intentan entrar en la Unión Europea vía Bulgaria. Se trata de una antigua base militar abandonada y prácticamente en ruinas; rodeada de fango y edificios hediondos, parcialmente destruidos y escuálidos en los que la gente malvive hacinada en pequeños cuartos completamente huecos, sin puertas ni ventanas y desprovistos de servicios básicos como agua potable, calefacción y, algunos, instalación eléctrica.

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      Atraídos por la promesa de una vida mejor y menos hostil en Europa y con la idea de adquirir los papeles que les permitan desplazarse libremente a otros países, decenas de afganos, iraquíes y  principalmente sirios atraviesan a diario la frontera de manera ilegal. Sin embargo, pronto se dan cuentan de que han ido a dar con una realidad bien diferente. . “En Estambul todo el mundo nos decía que Bulgaria está muy bien, que pertenece a la Unión Europea y que la frontera está abierta si quieres ir a cualquier otro país. ¿Por qué Bulgaria es parte de la Unión Europea? ¡No somos perros!“, se lamenta Yaser tumbado en su colchón y envuelto en mantas para protegerse del frio que entra por el enorme hueco de la ventana.

      Actualmente existen en toda Bulgaria alrededor de 11.000 extranjeros solicitantes de asilo y se espera la llegada de miles más en los próximos meses. Si se compara con el más de medio millón de refugiados de Turquía y Jordania o los más de 800.000 de Líbano, el número parece insignificante. Sin embargo, es más que suficiente para dejar en evidencia la ineficacia del sistema de asilo del país balcánico. Hasta ahora, la respuesta de las autoridades búlgaras al aumento de la entrada que se viene dando desde julio ha sido calificada por distintas asociaciones civiles y ONG´s como totalmente inadecuadas.

     Según Stuart Zimble, actualmente coordinador del proyecto de Médicos Sin Fronteras en Harmenli, “la situación es crítica”. Supuestamente la ONG internacional mantiene proyectos sólo en países del denominado tercer mundo. Sin embargo, después de lo visto, han decidido quedarse. “De momento estamos acomodando la primera planta de uno de los edificios en ruinas. Tenemos un doctor, una enfermera y un traductor que atienden alrededor de 30 personas al día. Esperamos contar con más medios y contratar más gente para que ese número pueda verse incrementado próximamente”, nos comenta Zimble.  

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     Siendo el país más pobre de la Unión Europea y atrapado en un laberinto político del que lleva diez meses sin poder salir, Bulgaria no parece ser la solución o el medio que se pensaron y les prometieron a los desplazados. Desde el pasado mes de febrero en Bulgaria se ha instalado la inestabilidad política; los búlgaros han tenido tres gobiernos diferentes y son ya casi seis meses de protestas a diario pidiendo la dimisión del gobierno formado por BSP, los socialistas, y el DPS, el partido de la minoría étnica turca. Históricamente  alienados casi por completo del proceso político y testigos al mismo tiempo de la corrupción generalizada y de su propio empobrecimiento, una parte de la sociedad búlgara ha despertado, se intenta organizar y se ha echado a la calle.

    Para colmo y desdicha de los refugiados, el frágil y fino alambre que sostiene este gobierno depende de la formación política ATAKA, un partido ultranacionalista y xenófobo que, aprovechando la crisis económica y política interna, se alzó con el 7% de los votos en las últimas elecciones el pasado junio, convirtiéndose así en una pieza clave para la formación de gobierno. Desde que el tema de los refugiados, allá por septiembre, apareciera en los medios han pedido reiteradamente la dimisión del Ministro de Interior, Svetlin Yovchev, y lanzado una campaña de miedo y acoso al refugiado que ha calado hondo en una parte de la sociedad. Distintos episodios de violencia xenófoba se han dado en Sofia en los últimos meses. Los conflictos raciales en la capital se vienen sucediendo y jóvenes de extrema derecha no han dudado en patrullar las calles, ataviados con brazaletes con la bandera búlgara, pidiendo documentación y sembrando el pánico entre los extranjeros.

     Mientras tanto en Harmanli la gente sigue atrapada en el limbo de la burocracia. Precintado y vigilado en todo momento por la policía, sin posibilidad alguna de salir del recinto y en un permanente estado de incertidumbre y miseria, las condiciones de vida en Harmanli son en la mayoría de los casos infrahumanas; en ocasiones más propias de un centro de retención que de un campo de refugiados.  El registro y la atención de estas personas será una carrera al sprint en la que Bulgaria y  Bruselas tendrán que poner lo mejor de sí y juntar fuerzas si quieren evitar una crisis humanitaria en plena Unión Europea. De momento, el tiempo no está de su lado.

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